Cuestiones religiosas, éticas, científicas y legales se entremezclan en esta polémica que parece desafiar los consensos sociales.
No en vano, luego de numerosos debates esta opción de tener “una muerte digna” solamente es legal en un puñado de países: Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Canadá y Colombia.
La controversia que despierta este tema responde a la naturaleza radical y definitiva de la “solución” (la muerte) que se ofrece ante situaciones igualmente extremas (enfermedades terminales o degenerativas y muy penosas).
Probablemente ese contexto es el que explica que al hablar del tema de esta “buena muerte” surjan numerosos matices.
¿Qué es la eutanasia?
Según el estudio “Eutanasia y suicidio asistido: conceptos generales, situación legal en Europa, Oregón y Australia”, al hablar de eutanasia se hace referencia a las “acciones realizadas por otras personas, a petición expresa y reiterada de un paciente que padece un sufrimiento físico o psíquico como consecuencia de una enfermedad incurable y que él vive como inaceptable, indigna y como un mal, para causarle la muerte de manera rápida, eficaz e indolora”.
Los autores de esa investigación, C. De Miguel Sánchez y A. López Romero, señalan que estas medidas deben ser tomadas siempre “en atención a la persona y de acuerdo con su voluntad”, pues aseguran que se trata de un elemento indispensable para diferenciar entre eutanasia y homicidio.
En las legislaciones de los países que permiten la eutanasia esta manifestación de voluntad del paciente ocupa un lugar fundamental en el proceso y, en muchos casos, se establecen salvaguardas especiales para garantizar que no se trata de una reacción momentánea ante un contexto determinado.
Así, por ejemplo, en Bélgica se exige que se produzca una solicitud debe por escrito, de forma voluntaria y reiterada, y que esté debidamente firmada por el paciente o por un adulto al que este haya autorizado.
La legislación belga establece además que se debe dejar transcurrir el plazo de un mes entre la solicitud y la ejecución de la eutanasia, y se obliga al médico a buscar la opinión de un segundo especialista en la enfermedad de que se trate, quien deberá realizar un informe al respecto.
Eutanasia pasiva y activa
Del tipo de acciones que se tomen para que se produzca la muerte surge la diferencia entre eutanasia activa y eutanasia pasiva.
La primera de ellas hace referencia a las acciones que producen “una muerte que no hubiera ocurrido sin las mismas”, explica Enrique Sánchez Jiménez, profesor de Filosofía del Derecho de la Universidad de Sevilla, en su libro “La eutanasia ante la moral y el derecho”.
La eutanasia pasiva, en cambio, se refiere a la supresión o no aplicación de medidas que mantienen o pueden mantener a una persona con vida, la cual fallece como consecuencia de estas decisiones
Sánchez Jiménez destaca la importancia que se otorga en la ética médica a la diferencia entre eutanasia activa y pasiva.
De allí que en algunos contextos se considere permisible “cesar el tratamiento y dejar morir al paciente”, pero en cambio se prohíba tajantemente o se cuestione la posibilidad de “pasar a una acción directa que tiene como fin matar al paciente”.
En muchos países, donde la eutanasia está prohibida, se establece la diferencia entre activa y pasiva, y tiende a existir una mayor tolerancia hacia la segunda.
Algunas medidas que son consideradas como parte de la eutanasia pasiva son: desconectar las máquinas de apoyo a la vida como los respiradores o los tubos de alimentación, no ejecutar operaciones que pueden ayudar a prolongar la vida del paciente y no administrarle medicamentos con el mismo fin.
Aunque algunas legislaciones pueden ser más tolerantes con la eutanasia pasiva que con la activa, algunos expertos como la filósofa James Rachels consideran que desde el punto de vista moral son equiparables.
Rachels, de hecho, afirma que en algunos casos puede ser más humana la eutanasia activa que la pasiva.
En su artículo “Eutanasia activa y pasiva”, un clásico en la literatura especializada en el tema, Rachels pone el ejemplo de un enfermo que sufre un cáncer de garganta incurable que sufre un dolor extremo que no puede ser aliviado y que morirá en los próximos días, incluso si sigue siendo sometido a tratamiento.
Cuando el paciente pide a los médicos poner fin a su dolor, estos se encuentran con la posibilidad de suspender el tratamiento y dejarlo morir. Sin embargo, esto -argumenta Rachels- supondría una larga y extenuante agonía que podría ahorrarse si los especialistas tomarán una acción directa y le aplicaran una inyección letal.
Rachels, sin embargo, admite que desde el punto de vista legal la situación es distinta pues la aplicación de la eutanasia activa podría derivar en una condena a prisión en contra de los médicos mientras que la eutanasia pasiva no.
Suicidio asistido
A diferencia de la eutanasia, en la cual la acción para poner fin a la vida es ejecutada por un médico, el suicidio asistido implica que esta medida sea ejecutada por el propio enfermo que cuenta con la ayuda de alguien más que le facilita los medios y conocimientos para hacerlo.
De acuerdo con Sánchez Jiménez, el suicidio asistido se diferencia de la eutanasia porque en ese caso la acción que provoca la muerte del paciente es ejecutada por él mismo, quien es físicamente capaz de llevarla a cabo y actúa bajo su propia responsabilidad.
Países como Holanda y Bélgica, que permiten legalmente la eutanasia, también autorizan el suicidio asistido que, además, es legal en Suiza y en algunos estados de Estados Unidos como Oregón, Washington, Montana, Vermont, Colorado, California y Washington DC.
En los lugares donde están permitidos legalmente, tanto la eutanasia como el suicidio asistido se encuentran fuertemente regulados y exigen el cumplimiento de una serie de condiciones.
Estas incluyen, por ejemplo, que se trate de casos de enfermos terminales que estén sometidos a grandes sufrimientos y que expresen de forma clara y reiterada su voluntad de someterse a estos procedimientos.