Neurosexismo mitos sexistas que no morirán.

El día que conocí a la neurocientífica cognitiva Gina Rippon me contó una anécdota que puede servir para demostrar cómo los niños pueden estar expuestos a los estereotipos de género desde muy temprano.

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El 11 de junio de 1986, coincidiendo con el nacimiento de su segunda hija, Gary Lineker marcó un ‘hat trick’ (triplete) contra Polonia en la Copa Mundial de Fútbol masculino.

Ese día, nacieron nueve bebés en la sala, recuerda Rippon. A ocho de ellos les pusieron el nombre de Gary.

Rippon recuerda estar conversando con una de las otras madres cuando escucharon un alboroto que se acercaba.

Era una enfermera que traía sus bebés mientras ambos lloraban a todo pulmón.

Con un gesto de aprobación, la enfermera le entregó a su vecina un “Gary envuelto en azul”. “Tiene buenos pulmones”.

Pero la hija de Rippon (haciendo exactamente el mismo sonido) fue entregada con una queja.

“Es la más ruidosa del grupo, no es muy elegante”, le dijo la enfermera.

“Y así, 10 minutos después de haber nacido, mi hija pequeña tuvo su primera experiencia de cuán importante es el género en nuestro mundo”, dice Rippon.

Esta neurocientífica ha pasado décadas rebatiendo la idea de que, de alguna manera, los cerebros de los hombres y las mujeres son esencialmente diferentes.

Unas conclusiones que presenta de manera convincente en su nuevo libro “The Gendered Brain”.

El título es ligeramente engañoso, ya que su argumento se basa en la idea de que no es el cerebro humano el que está intrínsecamente unido “al género”, sino el mundo y el entorno en el que crecemos.

Las sutiles señales sobre comportamientos “varoniles” y “femeninos”, desde el momento del nacimiento, moldean nuestros comportamientos y habilidades, algo que otros científicos consideran como diferencias innatas.

El libro de Rippon revela la frustración que supone tener que defender este argumento en 2019.

Describe muchas de las teorías sobre las diferencias de género como mitos difíciles de destronar que resurgen constantemente sin importar todas las veces que se desacrediten.

Claramente equivocadas

“Hemos estado analizando este asunto de si los cerebros masculinos son diferentes de los cerebros femeninos durante aproximadamente 200 años”, dice ella.

“Y de vez en cuando hay un nuevo avance en la ciencia o la tecnología que nos permite volver a examinar esta cuestión y nos hace darnos cuenta de que algunas de las cosas que creíamos están claramente equivocadas”.

“Como científica pienso que después de haberlas abordado y corregido, las personas avanzarán y ya no usarán esos términos o conclusiones. Pero de repente vemos que el viejo mito ha regresado”.

Uno de los argumentos más antiguos que defienden la diferencia entre hombre y mujeres se centra en el hecho de que ellas tienen cerebros más pequeños, lo que siempre se consideró una evidencia de inferioridad intelectual.

Si bien es cierto que, de media, los cerebros de las mujeres son más pequeños en aproximadamente un 10%, existen varias contradicciones a esta suposición.

“En primer lugar, si crees que se trata de un problema de que el tamaño importa, hay que señalar que las ballenas y los elefantes tienen cerebros más grandes que los hombres y no son famosos por ser mucho más brillantes”, dice Rippon.

Luego está el hecho de que, a pesar de la diferencia de tamaño medio, la distribución de los cerebros de hombres y mujeres es enormemente parecida.

“Hay mujeres con cerebros grandes y hombres con cerebros pequeños”.

Vale la pena señalar que el cerebro de Einstein era más pequeño que el del hombre promedio, y en general, muchos estudios encuentran que casi no hay diferencia entre la inteligencia o los rasgos de comportamiento de hombres y mujeres.

Sin embargo, los argumentos persisten en la sociedad.

Rippon argumenta que las diferencias estructurales aparentes dentro del cerebro también se han exagerado.

Si nos fijamos en el cuerpo calloso, por ejemplo, que es el puente de fibras nerviosas que conecta los hemisferios izquierdo y derecho, algunos estudios iniciales encontraron que esta autopista de información es más grande en el cerebro de las mujeres que en el cerebro de los hombres.

Este descubrimiento se usó para justificar todo tipo de estereotipos, como la idea de que las mujeres son menos lógicas por naturaleza, ya que los sentimientos del hemisferio derecho o lado “emocional” estaban interfiriendo con el procesamiento de la información en el hemisferio izquierdo, que se considera el lado más frío y racional.

Como Rippon explica en su libro con bastante ironía: “El mecanismo de filtrado del cuerpo calloso más eficiente de los hombres explica el genio matemático y científico y también su derecho a ser directivos y ejecutivos de la industria, [su capacidad de] ganar premios Nobel, etc”.

Pero tales afirmaciones a menudo se basan en investigaciones con solo un pequeño número de participantes, dice.

Y las técnicas para medir el “tamaño” de cualquier región del cerebro aún son bastante nuevas y abiertas a la interpretación, lo que significa que incluso la existencia de tales diferencias cerebrales se asienta sobre bases inestables.

Y, por supuesto, añade, la idea de que hay un cerebro “izquierdo” y un “derecho” es en sí misma un mito.

A pesar de décadas de investigación, ha sido muy difícil identificar de manera confiable diferencias significativas en la estructura del cerebro del hombre y de la mujer.

Hormonas furiosas

¿Qué pasa con nuestras hormonas sexuales? ¿Seguramente deberían tener un impacto muy claro en nuestras mentes y nuestro comportamiento?

Sin embargo, la evidencia ha sido malinterpretada para denigrar las habilidades de las mujeres, cree Rippon.

El concepto de síndrome premenstrual, por ejemplo, surgió por primera vez en la década de 1930. “Y se convirtió en una razón para que las mujeres no recibieran puestos de poder”.

Como señala la científica, las mujeres llegaron incluso a ser excluidas inicialmente del programa espacial de Estados Unidos. Había temores de que tuvieran “arrebatos psicofisiológicos temperamentales” a bordo de la nave.

Si bien hoy en día pocos sostienen esta opinión, todavía consideramos que el síndrome premenstrual produce una variedad de cambios cognitivos y emocionales que son poco deseables.

Sin embargo algunos de los síntomas que se dan en ese periodo pueden ser una respuesta psicosomática: el resultado de lo que se espera más que de los inevitables cambios biológicos en el cerebro.

En un estudio realizado por Diane Ruble en la Universidad de Princeton, por ejemplo, a varias mujeres se les dijo que estaban en un momento de su ciclo menstrual diferente del que ellas creían.

Después se les pidió que completaran un cuestionario sobre varios elementos del síndrome premenstrual.

El estudio descubrió que las mujeres a las que se les dijo que estaban en la fase premenstrual informaron de síntomas premenstruales, incluso cuando no estaban en esa etapa del ciclo, lo que respalda la idea de que algunos de los síntomas surgieron de sus expectativas.

Las percepciones del síndrome premenstrual también revelan un cierto sesgo de confirmación entre los investigadores que estudian las diferencias de sexo y género, que han tendido a realizar estudios que respaldan los estereotipos en lugar de buscar evidencias que podrían cuestionarlos.

Rippon dice que las mujeres pueden experimentar una estimulación cognitiva en ciertos puntos del ciclo menstrual pero que esto en gran medida se ha ignorado, debido a la preocupación de los científicos por la debilidad percibida de las mujeres.

“Hemos realizado algunos estudios que demuestran que, cognitivamente, hay fluctuaciones a través del ciclo menstrual”, dice ella. La memoria verbal y espacial, por ejemplo, mejora cuando el estrógeno está en su punto más alto.

“Y hay cambios muy positivos cuando llega el momento de la ovulación: mejora la respuesta a la información sensorial, por ejemplo, y hay una mejor tiempo de reacción”.

Pero Rippon dice que si la herramienta estándar de la medicina para medir el síndrome premenstrual conocido como el Cuestionario de Angustia Menstrual de Moos, no ha encontrado “un “Cuestionario de euforia de la Ovulación”.

Parece que el enfoque siempre está en lo negativo.

Tsunamis rosas y azules

Uno de los desafíos de estudiar las diferencias de sexo ha sido incluir y tener en cuenta el papel que juega la cultura.

Incluso cuando se puedan observar diferencias aparentes en la estructura del cerebro, siempre existe la posibilidad de las diferencias surjan debido a la forma en la que alguien es educado en lugar de la naturaleza.

Sabemos que el cerebro es maleable, lo que significa que está moldeado por la experiencia y el entrenamiento.

Y como Rippon observó con el nacimiento de su propia hija, un niño y una niña pueden tener experiencias muy diferentes desde el momento en que nacen, debido a que hay ciertos comportamientos que se fomentan sutilmente.

La neurocientífica señala investigaciones que demuestran que los niños de tan solo 24 meses son muy sensibles a los comportamientos típicos de género.

Son, dice, “pequeñas esponjas sociales que absorben información social”, y la adopción de esos comportamientos eventualmente rediseñará sus circuitos neuronales.

Los juguetes y los niños

“Un mundo de género produce un cerebro de género”, asegura.

Es por eso que el estereotipo de género de los juguetes es un tema tan importante de abordar.

“Mucha gente piensa que la idea de que deberíamos evitar el género de los juguetes es en realidad una tontería relacionada con la corrección política”, dice ella.

“Pero si adoptamos un enfoque neurocientífico para esto, podemos ver que hay implicaciones bastante profundas acerca de los juguetes que tenemos cuando somos muy jóvenes”.

Estos momentos de juego pueden verse como “oportunidades de entrenamiento” que pueden moldear el cerebro de un niño mientras se convierte en un adulto.

Considere un juguete de construcción como Lego o Duplo o juegos como Tetris.

A medida que el niño juega, rota ladrillos y encuentra formas cada vez más ingeniosas para unirlos en nuevas estructuras, su mente desarrolla las redes neuronales involucradas en el procesamiento visual y espacial.

Luego, cuando ese niño vaya a la escuela, tendrá habilidades en esas áreas, lo que significa que continuará practicándolas.

En el futuro podría tener una profesión que fortalezca esas habilidades.

Desarrollo de habilidades

“Ahora, si todos esos juguetes y oportunidades de entrenamiento vienen determinadas para un género en concreto, entonces puede comenzar a aparecer una clara división”, dice Rippon.

Los psicólogos Melissa Terlecki y Nora Newcombe han demostrado que las diferencias sexuales aparentes en la cognición espacial disminuyen cuando se tiene en cuenta la cantidad de tiempo que alguien ha pasado jugando videojuegos como Tetris, por ejemplo.

Algunas campañas, como Let Toys Be Toys (Dejemos que los juguetes sean solo juguetes) en el Reino Unido y Play Unlimited (Juguemos sin límites) en Australia, han tenido cierto éxito en persuadir a las tiendas que cambien la comercialización de sus productos en función del género.

Pero en general, Rippon argumenta que los niños todavía son encasillados de muchas otras maneras.

“Uno de los problemas que tenemos en el siglo XXI es que lo que yo llamo bombardeo de género es mucho más intenso”, dice Rippon.

“Hay mucho más en las redes sociales y toda una gama de iniciativas de marketing, que tienen una lista muy clara de lo que es ser hombre o lo que es ser mujer”.

Y esa es la razón por la que Rippon está especialmente frustrada por el “neurosexismo” existente. Cuántas más conclusiones poco fundadas, a partir de datos débiles, lleguen al público, más probable es que transmitamos estos mensajes a los niños, fortaleciendo esas profecías autocumplidas.

La impresión equivocada

“Si creemos que existen diferencias profundas y fundamentales entre los cerebros de hombres y mujeres, y más que precisamente por eso, que los propietarios de esos cerebros tienen acceso a diferentes habilidades, diferentes temperamentos o diferentes personalidades, eso afectará nuestra forma de pensar”, dice Rippon.

También afectará cómo pensamos sobre otras personas y cuál podría ser su potencial, advierte.

“Así que, los científicos deben tener mucho cuidado de no hablar de diferencias fundamentales o profundas, porque estamos dando la impresión equivocada”, añade.

En última instancia, debemos aceptar que cada uno de nosotros tiene un cerebro único, y nuestras habilidades no pueden definirse a través de una sola etiqueta como es nuestro género.

“La comprensión de que cada cerebro es diferente de cualquier otro y no necesariamente en función del sexo del dueño del cerebro es un paso realmente importante en el siglo XXI”, insta Rippon.