“Hoy no trabajamos porque vamos a ver a Pelé”, rezaban los letreros de los negocios y despachos de Guadalajara en junio de hace medio siglo. Y sí: cada vez que Brasil jugó durante el Mundial de México 70 en el estadio Jalisco, pletórico en esas citas, los tapatíos se tomaron el día.
La buena estrella de Pelé lo precedía. Desde 1959 y en la década de los 60, como parte de las giras mundiales que hizo con el Santos, “el mejor equipo del mundo”, Pelé dejó su genio contra el Necaxa, las Chivas, el Atlas… En la época, el Santos repartía su tiempo en aeropuertos y patios ajenos, por lo que Pelé creó una mitología con la afición mexicana a la que se sumó su brillante desempeño con la selección brasileña, además de que para México 70 llegó con mil goles anotados.
Si en Suecia 1958 un menino de 17 años colaboró decididamente para que la Canarinha alzara su primer título mundial, en 1970 llegó como el indiscutible O Rei, a los 29 años, ya con el retiro en mente, humilde y generoso con los niños y los no tan niños, a lo que siempre repartió autógrafos y sonrisas.
Así ha sido la vida de Pelé, rodeado de gente que lo admira cuando no de rivales que intentaron detenerlo, dicotomía entre persona y personaje, pero sin conflictos de identidad. La fama nunca le representó mayor problema, según refirió a Excélsior, en “la primera entrevista exclusiva otorgada en México” previa al Mundial para la edición del 17 de mayo de 1970: “… Dios sabe a quién da las cosas y si Él me dio la fama, el cariño de millones de personas, la curiosidad de centenares de periodistas, el dinero, el don de saber jugar futbol, también me dio la paciencia para soportar lo desagradable que esas circunstancias pudieran traer. Soy Pelé. Lo sé. Pelé es un conjunto de cosas y nada valdría aceptar las gratas y rechazar aquellas que no son”.
El equipo brasileño del 70, poesía en movimiento. Jairzinho, Rivelino, Tostao, Gérson y Pelé fusionaron sueños y magia en el campo de juego. Primero en el Grupo 3 ante Checoslovaquia, Inglaterra y Rumania, y en instancias finales contra Perú, combinado que dejó gratos recuerdos, y en semifinales ante Uruguay, lo que supuso la revancha del Maracanazo, pues desde entonces estas selecciones no se habían visto las caras en una Copa del Mundo.
Fueron cuatro goles de Pelé en México, pero como apunta en su autobiografía, “los goles que no hice en 1970 son más recordados que los que anoté”: el tiro desde el medio campo contra los checos, la parada del inglés Gordon Banks, acaso la mayor atajada de todos los tiempos, y el amague a Ladislao Mazurkiewicz.
Al defensor italiano Tarcisio Burgnich le decían A roccia (La roca). Venía de anotarle a Alemania en El partido del siglo y se mentalizó para enfrentar en la final a Pelé: “Me dije a mí mismo: ´Es de carne y hueso, igual que yo´. Estaba equivocado”.
Tras el silbatazo final del 4-1 de Brasil a Italia se desató el caos en el estadio Azteca. Pelé fue alzado en hombros con sombrero de charro. Dondinho, un futbolista de carrera modesta, vio coronada así su mejor jugada, como él mismo relata: “El gol más importante que anoté en mi vida se inició en una pared con Celeste: lo llamamos Edson Arantes do Nascimento, Pelé”.