LA CORTE DE LOS MILAGROS O CÓMO UNA CORTE SE FUE AL CARAJO 

Una reflexión por Luis Villegas Montes.

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La Corte de los Milagros (Cour des Miracles en francés) es un término que alude a los barrios marginales de París, donde residían los inmigrantes provenientes del campo, los desempleados, los menesterosos y, en general, los infelices que requerían de un escondrijo.

La Corte es famosa porque constituye uno de los ambientes que sirven de telón de fondo a dos célebres novelas de Víctor Hugo: Los Miserables y Nuestra Señora de París. En ambas, los personajes marginales, vagos, pillos, facinerosos, trúhanes, entran y salen como Pedro por su casa, caracterizados, todos, por escaso o nulo respeto a la Ley.

Pues el día de hoy, jueves primero de octubre del año terrible de 2020, debe quedar escrito a fuego en la memoria de todos los mexicanos; hoy, la Suprema Corte de Justicia de la Nación, por seis votos contra cinco de su Pleno, decidió que resultaba constitucional el consultar a la ciudadanía se perseguía, o no, a cinco expresidentes.

No solo la idea resultaba estúpida desde el principio, y a quien se le ocurrió (el Cabeza de Pañal sin usar) un imbécil, sino que era, es y será —vale madre lo que la Corte haya dicho a este respecto—, inconstitucional, ilegal, inmoral y bárbara.

La decisión es una regresión de dos mil años que pone la justicia en las calles, en mano de una masa anónima: el linchamiento público como alternativa; es la combi institucionalizada.

El proyecto del ministro Luis María Aguilar, era un ejemplo de sobriedad y buen juicio; en uno de sus apartados, decía: “[…] los derechos de las personas que se encuentran en México no son negociables, ni son concesiones u obsequios que las autoridades dan a las personas; los derechos humanos son cartas de triunfo frente al gobierno y frente a las mayorías, forman parte de una esfera de lo indecidible. Es decir, los derechos humanos protegen a todas las personas sin importar si se trata de la mayoría o de una minoría”.

Defender otra cosa es propio de una tribu o de una manada; no existen palabras, ni razones, que sirvan para explicar o justificar esa salvajada; en los hechos, se trata de hato de mequetrefes que se dejan ningunear por un patán que gobierna a impulso de sus purititos tompiates.

Me anticipo: no van a faltar los aplaudidores de la medida que interpreten estas líneas como una defensa de los expresidentes: nada más alejado de la realidad, lo dije y los sostengo: en la firme creencia de que, si existe responsabilidad para alguno, este DEBE ser sancionado, lo que procedía era eso mismo: castigarlo con todo el rigor de la Ley y no andar haciendo preguntas pendejas.

Eso es un estado de derecho.

La Corte —como acostumbra—, a partir de ejercicios retóricos y malabarismos jurídicos, pone fin a una era de libertades e inaugura un nuevo capítulo en la historia de México: la dictadura populista conocida por los griegos como demagogia (la parte perversa de la democracia).

No cabe defensa alguna (ni política, ni jurídica, ni ética) de ese dislate. Con ese gesto, la Suprema Corte de Justicia de la Nación deja de serlo para convertirse en una auténtica Corte de los Milagros: un sitio de reunión de personajes marginales, vagos, pillos, facinerosos y trúhanes; un puñado de cobardes, que tascan el freno al chasquido de la voz del amo.

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Luis Villegas Montes.

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