¡DIEGO, SIEMPRE DIEGO!

Columna A título personal

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Sergio Arturo Duarte

Conecta Juárez

Difícilmente alcanzable y accesible, como toda figura de su magnitud, ataviado con la grandeza que conquistó en las canchas gracias a un talento único, una excepcional pierna zurda y una gambeta inigualable, con las rodillas destrozadas que le impedían caminar y la factura cobrada a raíz de los excesos que cometió reflejada en su maltrecho físico, Diego Armando Maradona visitó esta frontera el 23 de noviembre del 2018 y como siempre lo hizo en todo lugar en el que se presentó, dejó huella y causó revuelo.

Entonces director técnico de Dorados Sinaloa, el hoy extinto astro argentino y sus jugadores eliminaron a Bravos FC Juárez, en las semifinales del Torneo Apertura de la desaparecida Liga de Ascenso. La imagen de aquel portentoso capitán de corta estatura (1.65 metros) y explosivas piernas, del líder quien guio a la albiceleste a la cúspide, al título mundial en ‘México 86’ a costa de Alemania quedó en el pasado y con el paso de los años cambió por una triste escena.

A empujones, personal de seguridad de Dorados le abrió paso en la sala de espera del aeropuerto Abraham González y prácticamente de ‘aguilita’ lo cargó hasta el camión del equipo. Rebelde, controvertido y polémico, Maradona no atendió a los pocos aficionados que fueron a recibirlo y tras los airados reclamos de una madre de familia al pie del autobús, entre cánticos, ‘El Pelusa’ tuvo el detalle de subir al vehículo a Diego Ruvalcaba, un niño de 10 años, con quien se tomó fotos y le concedió un autógrafo, gesto que los presentes aprobaron con la frase: ‘Grande, Diego’.

Un día después, a su salida a la cancha del Estadio Olímpico Benito Juárez, el ‘10’ recibió abucheos que, al término del encuentro, se convirtieron en aplausos de parte de un sector de los aficionados.

Con el triunfo en la bolsa de Dorados por global de 2-1 y el pase a la final por el título contra San Luis, en la conferencia de prensa posterior al juego, jadeante, luego de caminar escasos 200 metros del vestidor del equipo visitante al gimnasio de pesas de la UACJ, a pregunta de quien esto escribe, lanzó venenosos dardos al gobierno de su país que encabezaba Mauricio Macri, exdirigente de Boca Juniors con quien tronó en repetidas ocasiones. Diego responsabilizó a Macri de la agresión sufrida horas antes de aquel sábado 24 de noviembre por jugadores de Boca Juniors en su camino al Estadio Monumental para disputar la final de la Copa Libertadores contra River Plate, su acérrimo rival. Sin empacho alguno, criticó duramente a Macri y calificó su presidencia como la peor de Argentina de todos los tiempos.

Así fue Maradona. No conoció medias tintas, fue intenso y apasionado dentro y fuera del terreno de juego, un futbolista que rompió el molde, un crack que generó la inevitable comparación con el ‘Rey Pelé’ para elegir al jugador número uno en el mundo, en pocas palabras un ’garbanzo de a libra’.

Además de sus logros en el deporte, Diego fue un caudillo que se atrevió a poner el dedo en la llaga y a no guardar silencio en temas que otros simplemente rehuían y no tocaban.

Catalizador de las voces de los que menos tienen, el ‘Pibe de Oro’ desafió a los poderosos, criticó a la FIFA por su corrupción, cuestionó la riqueza de los templos de la iglesia católica, comulgó con las ideas de Hugo Chávez, Nicolás Maduro y Evo Morales, y llevó la admiración por Ernesto ‘Che’ Guevara y Fidel Castro hasta su piel, lo cual, le costó la animadversión de estadistas y políticos que no compartían sus ideales.

Con esa esencia, herido en el especial orgullo propio que distingue a los argentinos, en nuestro país, se echó a la espalda a toda una nación contra Inglaterra, con magia en sus botines como arma principal, marcó un poema de gol antecedido por uno con la mano y brindó al pueblo argentino una gran alegría. La épica gesta significó un bálsamo para curar las heridas dejadas por la dolorosa derrota en la Guerra de Las Malvinas en 1982, en la época de la dictadura militar de Leopoldo Galtieri.

A pesar de la cruenta batalla que libró consigo mismo, en la que fue presa y rehén de la fama que lo envolvió y lo abrumó desde su debut el 20 de octubre de 1976 con Argentinos Junior, luchó contra su adicción a las drogas y su vida disipada, fue feliz en la cancha donde derrochó a manos llenas su genialidad para jugar este deporte. Relegado de la Copa del Mundo ‘Argentina 1978’ por el técnico César Luis Menotti y elegido el mejor futbolista sudamericano en 1979, acuñó frases célebres como: ‘la pelota no se mancha’, ‘me cortaron las piernas’ y ‘fue la mano de Dios’ que reflejaron los momentos más importantes de su andar por el rectángulo verde y de su vida misma.

De acorde con su filosofía y su origen humilde -nació en Lanús, el 30 de octubre de 1960 y se crio en Villa Fiorito, entre potreros y una severa pobreza- y convicciones, sobre la cómoda continuidad con el Barcelona que le ofrecía un contrato más jugoso, Maradona eligió al Nápoles, club ubicado en el oprimido sur de Italia que contrastaba con la riqueza del norte y del centro del ‘país de la bota’. Con los ‘tanos’ acarició el cielo, llevó al Nápoles a alturas insospechadas, besó la gloria al tiempo que cayó en las garras de la cocaína y el bajo mundo empujado por su representante y amigo Guillermo Coppola.

El enamoramiento que causó en los italianos se diluyó por momentos después que eliminó a Italia en 1990 con un penal cobrado por él mismo y el fallo posterior de Aldo Serena en un tiro atajado por Sergio Goycochea. Tras ello, provocó una relación de amor y odio, así surgió la dicotomía entre el blanco y el negro, el bien y el mal, misma que lo persiguió como sombra durante su existencia tanto en la faceta de jugador como en la de hombre.

‘Pelusa’ empezó a labrar su mítica trayectoria en el balompié con Los Cebollitas a los nueve años y cumplidos sus sueños de jugar y ganar un mundial, tras el estrellato alcanzado en el Estadio Azteca, conmovió al mundo cuando desconsolado por la caída ante Alemania lloró como un niño. Más triste aún fue su salida del campo acompañado de una enfermera en Estados Unidos 1994 tras su doping positivo, algo que muchos consideraron una revancha y persecución de la FIFA.

Tras cuatro mundiales jugados, un título y un subtítulo y pasajes escritos con letras de oro a nivel clubes, llegó la hora del adiós, de colgar los tacos y lo hizo con la playera de sus amores, el Boca Juniors, el 30 de octubre de 1997, donde reconoció públicamente que se equivocó y pagó caros sus errores. Ave de tempestades, un fanfarrón y ‘boca sucia’ para sus detractores, ejemplo y Dios para sus seguidores, Maradona movió a las masas, tal como sucedió ayer en su último adiós en Buenos Aires donde el dolor de un pueblo hermanó en un abrazo a los fans de Boca y River y desbordó las pasiones, tal y como lo hizo con sus privilegiados pies.

Sin vida, inerte, en su ataúd envuelto por la bandera argentina y encima las playeras de la albiceleste, de Argentinos Junior y Boca Juniors, Diego generó una multitudinaria y sentida reunión de más de un millón de personas en torno a la Casa Rosada que fue disuelta por la policía con gases lacrimógenos y balas de goma. Así fue Maradona, un grande entre los grandes que incluso tuvo la osadía de entrevistarse y desnudarse a sí mismo en La Noche del 10 y que tras su partida de esta tierra deja un invaluable legado de determinación, coraje y voluntad a pesar de su origen y de los innumerables obstáculos que enfrentó y superó.

¡DIEGO, SIEMPRE DIEGO!

Descansa en paz

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Sergio Arturo Duarte

Con más de 20 años de experiencia en medios impresos en la ciudad

Cronista Deportivo del Año 2001, primer reportero de un medio impreso en la ciudad en lograr la distinción de parte del gobierno municipal

Distinción como Reportero del Año de parte de Fundación Activa en 2015

Acreedor a la presea Fray Nano en 2019 por la Federación Mexicana de Cronistas Deportivos (FEMECRODE)