El proyecto, encabezado por la estudiante de ingeniería en biotecnología Mónica Citlali García García, pretende ofrecer una alternativa sustentable ante la polémica ecológica y contrarrestar el daño ambiental que generan las bolsas de plástico convencionales.
Además de que éstas se degradan con mayor facilidad, el biopolímero está hecho de materiales que no son tóxicos, por lo que si llegara a caer en el océano o incluso a ser ingerido por animales, no sería peligroso.
Los insumos principales del bioplástico son residuos de la industria agroalimentaria, tal como lo es la parte central de la mazorca. El prototipo en el que se está trabajando cuenta con propiedades que permiten a esta bolsa tener una densidad similar a la de otras bolsas. Y aunque se encuentra en una etapa prematura, actualmente los estudiantes están buscando recursos para comenzar a producirla, aunque sea en menor escala.