BRAVOS, UN SUEÑO GUAJIRO

Por Sergio Arturo Duarte Méndez conectajuarez

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Imagen animada cortesía MEDIO TIEMPO

Por Sergio Arturo Duarte Méndez

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Érase una vez un equipo triunfador de Liga MX en esta ciudad llamado Bravos FC Juárez que ganó su ascenso a la máxima categoría en el terreno de juego, en casa aplastaba a sus rivales, sin importar su nombre e historia y fuera de ella, era un rival incómodo, sumamente difícil. Gracias a sus excelentes resultados ocupaba los primeros lugares en la tabla general y, ni por asomo conocía de multas para mantenerse en Primera División.

Plagado de futbolistas estrellas, con calificados jugadores nacionales y extranjeros, en la cancha, la escuadra desplegaba un futbol abierto, atractivo y espectacular que hacía vibrar a sus seguidores, siempre iba en busca del arco de enfrente, jamás jugaba a no perder o a cuidar el triunfo y, mucho menos, se echaba para atrás.

En este equipo no cabía el juego adormilado, medroso y timorato y, lejos de causar sueño, su llamativo futbol cautivaba a propios y a extraños y valía el boleto.

Muy pronto, el FC Juárez cambió radicalmente la historia del futbol profesional en esta frontera, dejó en el olvido a las Cobras y al CF Indios, conquistó a pulso el corazón de los aficionados de ambos lados de la línea divisoria (Juárez y El Paso), quienes plenamente identificados con el equipo, se sentían parte fundamental de éste.

Religiosamente, cada 15 días, los miembros del ‘Jugador Número 12’ gritaban a todo pulmón ‘Bravos, Bravos’; las gradas repletas del estadio se teñían de verde y negro, no de azul, ni de amarillo o de rojo y blanco y el inmueble era una aduana infranqueable para todos los visitantes, quienes se marchaban con las manos vacías y el orgullo herido.

La voz se corrió en el medio futbolístico, el súbito éxito obtenido por la escuadra sensación en el máximo circuito del balompié mexicano aunado al excelente trato de la dirigencia hacia sus jugadores causó que elementos de renombre, en plenitud de facultades y, con capacidad probada quisieran venir a Juárez para ser uno más de los Bravos.

Aquí simplemente no se abría la puerta a jugadores de ‘medio pelo’, mediocres, ‘fiesteros’ o ‘cartuchos quemados’ como Fabián, Mendieta, Armoa, Pávez, Castillo, ni mucho menos a directivos ‘chambistas’ que trabajan por el sueldo como Guillermo Cantú, Álvaro Navarro y Miguel Ángel Garza.

La excelente marcha del conjunto era un fiel reflejo de la capacidad de la directiva encabezada por Alejandra de la Vega, presidenta del Consejo de Administración, quien, con base en su experiencia adquirida en el área de pantalón largo en Cobras, a finales de la década de los 80, dirigía con gran tino y mano firme los destinos de la organización en todos los ámbitos: económico -el club operaba en números negros-, deportivo y social.

El triunfo no era privativo del primer equipo, en comunión con la representatividad del sexo femenino en la figura de De la Vega Arizpe y con éste como divisa no negociable, las Bravas ‘la rompen’ y ‘queman’ el circuito, son protagonistas en la Liga MX Femenil y como síntoma inequívoco que en el club no existía el machismo, contaban con el apoyo total e incondicional de su directiva, en especial, en el aspecto económico, con altos sueldos para sus integrantes.

A cargo de entrenadores altamente capacitados, los representativos de divisiones inferiores eran un semillero inagotable de jóvenes juarenses y chihuahuenses que hacían su debut y, con el paso del tiempo se mantenían en la Liga MX, a la vez que lograban los cetros de sus respectivas categorías, de Sub-20 hacia abajo.

En infraestructura, los Bravos disputaban sus encuentros en un estadio propio, a la vanguardia, moderno, funcional, con tecnología de punta, de los mejores en el mundo y entrenaban en instalaciones propiedad del equipo, en las cuales, la dureza de las canchas era un tema desconocido para sus elementos, quienes se mantenían sanos, alejados de lesiones musculares e igualmente del quirófano.

Además, el equipo contaba con una casa club que albergaba a las estrellas en ciernes, tenía oficinas -también propias-, una equipada clínica y un numeroso cuerpo médico para tratar y rehabilitar lo más pronto posible a sus integrantes.

Tristemente para la ciudad y los seguidores de Bravos, este cuento es producto de un sueño guajiro, de una utopía -como su nombre lo dice- imposible de trasladarla a la realidad, de un equipo en el que no pasa nada, únicamente el tiempo.