Una bella mexicana

Zuria Vega en exclusiva para la revista GQ

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De su nueva faceta como mamá, hasta sus papeles en la actuación y, por supuesto, las grandes memorias al lado de su padre, la guapa actriz se confiesa con nosotros.

Cuando Zuria Vega era adolescente, los amigos de su hermana mayor eran sus amores platónicos. Ahora, seguramente, todos ellos son sus orgullosos fans. “La conozco desde hace muchos años”, apostamos que le presumen en automático a la persona de al lado al mismo tiempo que ven a la actriz brillar en el cine, el teatro y por televisión.

No escatima en cálidas y encantadoras sonrisas desde el inicio del encuentro. Voltea, deja el celular a un lado para prestar atención y sus largas pestañas se mecen frágiles ante el (tenue) viento del atardecer que nos embate a través de la ventana. Se recoge el cabello. No termina de decidir si peinarlo o dejarlo a la deriva y permitir que los últimos rayos de sol se filtren entre su bien cuidado look. “Nunca fui una chica normal”, afirma con esa mirada entre enigmática y naif que mantendrá durante toda la entrevista, “pero siempre he tenido definida mi personalidad y mis convicciones”, aclara enseguida. “Me siento orgullosa de decirte esto y quizá esté equivocada porque todos tenemos un mundo interior distinto, pero yo ya he encontrado el lugar donde me siento especial y única”.

Toda la vida ha sido dramática con respecto a llevar sus emociones al límite, me confiesa. “Creo que por eso me volví actriz”, afirma entre risas. “De niña, sí fui caprichosa, claro, pero hoy mi válvula de escape personal es salir a correr, hacer ejercicio cuando tengo que echar fuera alguna emoción. Si uno se mueve, la energía también y las cosas se materializan”. Dicen los mitos griegos que Narciso se enamoró de su propia imagen en una fuente y sucumbió a la tentación de enamorarse de su inalcanzable reflejo. Sí, justo como tantos (pasajeros y residentes) en la farándula. “No, es todo lo contrario conmigo”, asegura. “A veces, soy muy rigurosa, pienso que podría estar más flaca o que si tuviera el pelo de cierto modo, me vería mejor. Pero, ¿sabes?, creo que últimamente soy muy feliz. Me gusta lo que veo, me acepto como soy, estoy en paz con mi cuerpo, con mi cara y mi transformación. En la sesión de fotos que hicimos para GQ, me sentí muy cómoda con mi cuerpo”. Y sería un pecado capital no estarlo. A sus 29 años, la actriz proyecta una imagen idílica de plenitud en esplendor (y lo sabe). “Me encanta ser mujer”, asevera con otra de sus sonrisas de catálogo. “Si existiera la reencarnación, me gustaría regresar en forma femenina, no en alguien famoso, sino en una mujer del futuro para ver en otra época lo que pasó con nuestra lucha femenina en el mundo”, elucubra. “No me agrada la palabra ‘fracaso’, siempre he agarrado al toro por los cuernos. Una frase que me encanta es ‘el que es perico, donde quiera es verde’ (sonríe). Y que me han roto por dentro, sí, pero la clave es cambiarse de sitio, no estancarse en la emoción. Tengo una dualidad: soy una mujer o dulce o salvaje; por un lado, supercursi; me encanta el romanticismo, pero por el otro, soy aventada y tosca. Mi fuerza viene de sobrellevar los conflictos”.

Su otra gran fortaleza proviene de un linaje artístico que le fluye en la sangre. Su hermana mayor es la actriz Marimar Vega y el menor es Gonzalo, también actor, quien complementa la triada de herederos de la pareja conformada alguna vez por el inolvidable histrión Gonzalo Vega y la pintora de ascendencia española, Leonora Sisto. Sin duda, ellos le legaron parte del gusto, del coraje y el genoma necesario para trascender en esta carrera. Zuria asegura que no tiene ídolos ni figuras externas, “ni tuve amigos imaginarios tampoco”, recalca. Y es que sus referencias artísticas estaban allí de primera mano: su padre fue La Señora Presidenta y rompió récords teatrales (“esa obra nos dio la casa donde vivimos”, me dice); además, fue el héroe de la telenovela más importante de la historia de la TV mexicana: Cuna de lobos. ¿A quién más tendría ella la necesidad de admirar? “Nunca tapicé mi cuarto con pósters ni fui fan de alguien. Admiro más bien a mi familia y a mi pareja. La admiración es el ingrediente más importante de las relaciones humanas”, asevera convencida. La actriz descubrió la grandeza de su padre con Don Juan Tenorio: “Ahí me enamoré de su trabajo. Ahora que te lo cuento, parece que lo estoy viendo de nuevo en la función”, recuerda nostálgica. “Él nos educó con completa libertad y eso fue lo más hermoso que nos dejó. Afortunadamente, tuve la oportunidad de decirle en vida lo que quise. Lo que lamento es que no haya podido conocer a mi bebé”.

Zuria está casada con el actor Alberto Guerra (“el alma más libre que conozco”, asegura). Juntos han engendrado a una pequeña de nombre Lúa. “Hay cosas que me preocupaban a los 25 y que hoy ya no. Que mi cuerpo haya creado a una personita me hace sentir especial; ser madre me ha traído una realización absoluta”. Y, efectivamente, se nota que es una mujer feliz. “¡No sé cómo me vea, pero me siento súper!”, exclama…