A LAS ORILLAS DEL RÍO

Por Raúl Ruiz

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Imagen por Chinco Sánchez

Es noviembre del dos dos; el oleaje del Río Bravo es casi imperceptible. El agua está fría y corre en trémulos cánticos de dolor y espanto.

Hace mucho, era un río navegable. Desde luego no como el Usumacinta, o el Grijalva; este río es poco profundo, pero sí, muy respetable. Hasta le llamaron Río Bravo.

Veo ahora dos ríos; un río de aguas turbias, que corre de poniente a oriente. Y un río de gente detenida, estática, hacinada.

Son casi dos mil venezolanos que llegaron en caravanas desde su patria. A buscar el sueño americano. En hordas.

¿Por qué no se mueven de ahí?

Tienen meses. ¿Nos estarán dejando un mensaje bíblico?

Reviso el anaquel religioso y leo de Eclesiastés 1:7-11:

“Todos los ríos corren una y otra vez al mismo lugar. Van al mar y, sin embargo, el mar no se llena. Todo lo que se dice, ya se dijo; no es posible decir algo nuevo.

Sin embargo, el oído siempre quiere oír más y al ojo nada de lo que ve le satisface”.

¡Pasumecha! Diría un jarocho.

Mientras contemplo el contraste que me ofrece el caudal de húmedas  turbulencias, con las coloridas tiendas de campaña, los hermanos venezolanos tiemblan de frío y miedo.

– ¡No vayan a dejar el río, cabrones! Los gringos van a ceder. Es cosa de tiempo.

Les grita un pollero, que los viene pastoreando desde el sur. Léase ENGAÑANDO.

Unos pagaron tres mil dólares por cabeza.

Los más ingenuos, cien mil pesos.

Todos piensan que van a cruzar. Que tendrán papeles para radicar en gringolandia.

– Tenemos hambre y frío. Nuestros niños no aguantan este clima.

– Aguántese!, ya mero. Y no vayan a aceptar la ayuda del gobierno mexicano. Los quieren meter en los resguardos, y luego no los dejan salir.

Nomamespancho.

Ciudad Juárez es indomable. Si llegas en verano te deshidratas y mueres de calor y sed; si llegas en invierno se te congelan los huesos y mueres de frío. Vivir a la intemperie es mortal.

No saben dónde vinieron a caer.

El centro histórico de Juárez es ya una comunidad donde convergen migrantes de muchos países. Blancos, negros, cobrizos que pululan sin rumbo. Buscando comida.

Un día, se juntaron los Cónsules de Estados Unidos en Juárez; el de México en El Paso; el alcalde de Juárez, el Delegado del Gobierno Federal en el Estado, autoridades migratorias y funcionarios de menor ralea, para comunicarles a los venezolanos, que en breve habría noticias para darles cierta oportunidad de ingreso a territorio gringo.

“No todos podrán ingresar porque hay que cumplir varios requisitos, pero los que apliquen bien, podrán tener un permiso de trabajo hasta por dos años”, les dijeron.

En la reunión ni una veintena de venezolanos juntaron. De alguna manera, fueron disuadidos por los malandros que los tienen controlados.

No me lo vas a creer Raúl, me dijo uno de los funcionarios que acondicionaron un espacio para 800 personas.

Tenemos el resguardo con calefacción, sanitarios, regaderas con agua caliente, toallas, alimentos, y se resisten los venezolanos a guarecerse del frío. Increíble.

El frente frío número 8 dejó la madrugada en 2 grados celsius, y los vientos helados hacían revolotear las frágiles carpas de plástico. Había momentos en que parecía se desprenderían de sus amarras.

Adentro, amontonados uno contra el otro, cuatro o cinco se calentaban con sus cuerpos.

Los niños al centro, donde se guardaba un poco más de calor.

Imposible dormir así, los pies casi congelados, las manos entre las axilas, y el temblor incontrolable

¡Dios mío, protégenos! Rezaban los más creyentes.

– Buenos días, gente. Somos amigos de aquí que les traemos comida caliente. Pozole, menudo, tamales y burritos.

– ¿Quién los manda y que quieren a cambio? Preguntaron los migrantes venezolanos.

Somos gente preocupada por ustedes. No queremos nada a cambio.

Les contestó el líder, con una sonrisa socarrona.

En otro lado del solar a las orillas del río.

Un sacerdote que siempre anda preocupado por los migrantes, insistentemente les ha preguntado ¿Por qué se rehúsan a recibir la ayuda que se les ofrece?

Y solamente le responden: “Ay padrecito, sólo denos su bendición y ruegue porque se les ablande el corazón a los americanos y nos permitan trabajar allá para mandarles un poco de dinero a nuestras familias que se quedaron atrás”.

Ellos no saben que esas puertas están cerradas con tres candados (como la puerta negra).

No saben que han venido a ser material humano para el uso político y los intereses de los polleros, el crimen organizado y los líderes de las colonias locales que también medran con su penuria.

El cielo se hace multicolor al atardecer. Prevalecen los tonos rojizos, naranja y púrpura, mientras la noche baja su negra cortina.

Conforme avanza el tiempo, la temperatura va descendiendo imperceptiblemente.

Los juarenses ya sacamos las bufandas, los gorros, los guantes y las chamarras con borrega.

El río corre en sus turbulencias nocturnas; y el otro río, el de las carpas multicolores… a punto de sucumbir con la helada.

Por Raúl Ruiz – CARTAPACIO

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