El reciente nombramiento del Papa León XIV ha generado múltiples lecturas: unas desde la fe, otras desde la política, y algunas más —como la mía— desde lo humano. No soy devota, pero como ciudadana, y alguien que cree en el poder de las figuras públicas para influir en los rumbos de nuestra sociedad. Por eso decidí escribir sobre este suceso, no como un análisis religioso, sino como una reflexión desde el lugar que habitamos muchas mujeres: el de la esperanza, pero también el de la espera activa.
El Papa no gobierna un Estado tradicional, pero influye en millones de personas, en decisiones políticas, y en las formas en que se interpretan temas cruciales de la vida cotidiana. Su voz, cuando se alza con claridad, tiene la capacidad de conmover conciencias, orientar debates y proponer caminos.
Desde esa conciencia, muchas mujeres vemos con esperanza la posibilidad de que esta nueva etapa sea también una oportunidad para avanzar hacia una Iglesia y una sociedad más abiertas a escuchar nuestras voces. No por confrontación, sino por convicción: porque el mundo necesita sumar todas las miradas, y la femenina -con su fuerza, su sensibilidad y su visión comunitaria- tiene mucho que aportar.
Hablar de mujeres no es hablar solo de roles tradicionales ni de luchas. Es hablar de realidades vivas: somos educadoras, cuidadoras, profesionistas, activistas, líderes sociales, madres, hijas, ciudadanas. Y desde cada uno de esos lugares, construimos paz, impulsamos comunidades, transformamos entornos.
Por eso, el anhelo de muchas de nosotras no es solo ser mencionadas, sino ser consideradas plenamente. Que nuestras vivencias, nuestras búsquedas y nuestras capacidades tengan eco en las decisiones y los mensajes que se emiten desde espacios de liderazgo, como el Vaticano. Que la figura del Papa pueda ser también un puente hacia un diálogo más pleno con las mujeres del mundo.
Esta nueva etapa puede ser una invitación a construir una Iglesia más cercana a la realidad humana, y por ende, más cercana a las mujeres. No se trata de romper con la historia, sino de tender puentes hacia el presente. De revisar con humildad lo que puede mejorar. De animarse a incluir a quienes por mucho tiempo han sido vistas más como apoyo que como protagonistas.
Muchas mujeres, dentro y fuera de la fe, desean una Iglesia más empática, más abierta al diálogo, más conectada con los desafíos del mundo contemporáneo. Y no desde la crítica, sino desde el amor a la vida, al prójimo y a la justicia.
No es necesario compartir una fe para desear que el nuevo Papa León XIV, sea un líder que inspire paz, respeto y empatía. Que su palabra, además de ser guía espiritual para quienes creen, sea también una referencia ética para quienes buscamos un mundo más equitativo.
Desde mi mirada como mujer y como ciudadana, confío en que esta nueva etapa pueda ser una oportunidad para reconciliar, para incluir, para sanar. Que la voz del Papa no solo se escuche en los templos, sino también en las calles, en las periferias, en los hogares… y en los corazones de quienes, sin importar género o credo, aún creemos en la posibilidad de un liderazgo que transforme desde el bien común.
Ojalá esta nueva etapa en el Vaticano no sea solo un cambio de nombre, sino el inicio de un diálogo más humano, más justo… y más femenino.
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