La tolerancia y el respeto, rescatando la dignidad de Cuauhtémoc

Un libro echa luz sobre una relación, “difuminada” en la historia oficial, entre Cuauhtémoc y fray Juan de Tecto

0
702

La tolerancia y el respeto unieron a un rey azteca y a un humanista europeo. La amistad que sostuvieron Cuauhtémoc, el último tlatoani mexica, y fray Juan de Tecto, uno de los tres primeros franciscanos que llegaron a evangelizar al Nuevo Mundo, habla de que en ese encuentro de dos civilizaciones también hubo entendimiento.

De esta premisa parte Eduardo Aguilar Zarandona para confeccionar la novela El manuscrito extraviado, memorial que echa luz sobre esta relación “difuminada en la historia oficial” que, según el escritor, es esencial conocer “para reconocer su dignidad”, especialmente durante los más de cuatro años de confinamiento, condena y muerte.

En entrevista, el narrador comenta que desde que se conocieron, en el Palacio Blanco de Coyoacán en 1523, Juan de Tecto (1476-1525) y Cuauhtémoc (1496-1525) se identificaron como hombres educados y sensibles.

El misionero originario de Flandes visitó a Hernán Cortés, quien obligó a Cuauhtémoc a hincarse ante él. “Pero De Tecto ve más allá del rey preso, ve su dignidad, su coherencia; a un hombre educado en el profundo rigor, formado en la rigidez y la dureza. Ve el espíritu que vive dentro. Ahí comienza su cercanía”, agrega. A lo largo de tres capítulos, Aguilar recrea a estos dos personajes. “El teólogo, quien llegó a la devastada Tenochtitlan junto con fray Pedro de Gante y fray Juan de Ayora, su hermano, era un humanista muy conocido en Europa, miembro de una élite cultural y religiosa. Fue el confesor del rey Carlos V, y maestro en La Sorbona durante catorce 1años”.

Cuauhtémoc, en cambio, era descendiente de reyes: hijo de Ahuizotl, primo de Moctezuma y bisnieto de Nezahualcóyotl. “Las casas reales de Tenochtitlan y Texcoco estaban emparentadas en él. Su educación estaba orientada a que debía entregar el reino, él ya lo sabía. Le iba a tocar la desgracia y debía enfrentarla con gran dignidad”, añade.

De Tecto, explica el autor, “se asombra, se admira y se enamora” de la cultura mexica, pues le tocó verla funcionando. “Aunque llegó dos años después de la caída de Tenochtitlan (13 de agosto de 1521), cuando Cuauhtémoc es capturado, le toca ver intactos a los reinos de Coyoacán, Tlaxcala y Texcoco. Se percató de que había llegado a una tierra civilizada, ve ciudades con instituciones, con leyes, arte, filosofía y religión”.

Y conocer a Cuauhtémoc fue una de las cosas que más impresionó al franciscano, cuenta Aguilar. “En ese momento, el tlatoani estaba quemado de pies y manos, porque los conquistadores le vaciaron aceite hirviendo; no le pusieron los pies sobre el fuego, como cuenta la leyenda; nunca recuperó el funcionamiento, pero jamás se doblegó”.

El segundo encuentro entre el rey azteca y el fraile fue privado. “Cuauhtémoc le cuenta su historia, de dónde viene, qué le tocó vivir. Hay un brote de amistad, no sólo de admiración, sino de simpatía”.

Pero fue durante el viaje a las Hibueras (Honduras) en 1524, al que los llevó Cortés para sofocar la revuelta de Cristóbal de Olid, y que duró un año, cuando fructificó su amistad. “Ambos querían aprender del otro. De Tecto ya sabía hablar náhualt, y Cuauhtémoc aprendió latín y un poco de español. Cada uno empezó a abrir su mundo. Fueron capaces de aceptar al diferente, de reconocer la valía de la cultura del otro. La tolerancia es uno de los signos que creó esta amistad”.

LEALTAD Y MUERTE

La amistad se estrechó durante ese año que atravesaron Veracruz, Tabasco y Campeche, a tal punto que el misionero invitó al tlatoani a ir a España para que hablara con el rey Carlos V y negociara mejores condiciones. “Le dice que Cortés es sólo un enviado, un soldado del rey, que Carlos es un monarca justo. También hablan de sus respectivos dioses, de su infancia”, narra.

Confiesa que le tocó leer la referencia que se hace de todo esto en un manuscrito de fray Pedro de Gante. “Está oculto. Sólo rescaté flashes. Lo conocí en Ixcateopan, Guerrero. Los indígenas que lo custodian me dejaron leerlo, no sin antes jurar tras confesión que no revelaría a nadie su paradero. Por eso le puso ese título a la novela”, dice.

Aguilar señala que la lealtad del fraile hacia Cuauhtémoc le costó la vida. “Cortés, al ver el respeto que los indígenas le tenían a quien consideraban aún su rey, y a quien llevaba como escudo humano, lo acusó de traición, le hizo en Campeche un juicio sumario y lo condenó a muerte. De Tecto se opuso.

Colgaron al tlatoani de una ceiba, junto a su primo, el señor de Tlacopac, Tetlepanquetzal. Y, tras su muerte, el fraile se negó a contarle al conquistador lo que sabía del mexica y también fue ahorcado a corta distancia”, indica.

Esa sangre derramada forma parte de nuestro mestizaje. Es una oportunidad de curar nuestras cicatrices que no han cerrado tras 500 años”, concluye.