A unos cientos de kilómetros tierra adentro partiendo de Lima no queda ni rastro del gris casi desértico y del azul del mar que marcan el paisaje cromático de la capital de Perú. Los colores reverberan bajo un intenso manto verde. Es la selva, la jungla, el Amazonas, que ocupa el 62% del territorio de Perú, pero en el que apenas viven 330.000 indígenas, frente a los nueve millones de la bulliciosa capital. El arte surgido de este inmenso pulmón del mundo refleja ese estallido de luz y vida cuya riqueza natural solo es comparable a la vecina selva brasileña. Las múltiples tonalidades de las 700 clases de mariposas registradas y los infinitos dibujos geométricos estampados en la piel de la serpiente cósmica Romín caracterizan los tejidos y las pinturas de las visiones provocadas por la ingesta de la bebida alucinógena de la ayahuasca. Hasta el punto de que se suele asociar el arte amazónico solo con el producido bajo los efectos de esa combinación de plantas con poderes curativos y sagrados para los indígenas. Una suerte de pócima de las maravillas (y de los peligros) que se ha introducido en determinadas clases urbanas europeas o de Estados Unidos para su uso recreativo y, en menor medida, terapéutico.
Pero hay mucho más. No se puede hablar en singular. Aunque el arte contemporáneo reivindica las raíces de la comunidad amazónica como reacción al colonialismo y a su postergación histórica, los creadores van más allá de las prácticas tradicionales y utilizan puntos de vista y medios muy diversos como la fotografía y el videoarte para elaborar sus obras y aludir a su realidad. Esta pluralidad se pone de manifiesto en la exposición Amazonías, que se exhibe desde el 23 de febrero y hasta el 5 de mayo en Matadero Madrid, organizada por el Gobierno del país andino y el Museo de Arte de Lima (Mali) en el marco de la reciente edición de la feria de arte contemporáneo Arco, clausurada el pasado día 3.
“La ayahuasca o planta madre y las visiones que genera son componentes muy importantes en la vida y trabajo de muchos artistas vinculados a la Amazonía, pero definitivamente asociar las distintas manifestaciones artísticas que trabajan con la Amazonía únicamente con la ayahuasca es limitante e incorrecto”, explican las dos comisarías de la muestra, Sharon Lerner y Gredna Landolt. “En la exhibición se pueden ver muchas obras muy distintas y solo una sección aborda el tema de las visiones. Creemos que una vez que el público visite la muestra se va a sorprender al ver el amplio espectro de propuestas artísticas que han sido reunidas y muchas ideas preconcebidas van a variar”.
Los amazogramas de Roberto Huarcaya constituyen uno de los trabajos más impactantes. El fotógrafo peruano desplegó un rollo de papel fotosensible de 30 metros de largo entre el follaje de la selva amazónica durante la noche. El revelado se realizó en un cuarto oscuro empleando agua de ríos cercanos y en un proceso cuidadoso con el medio ambiente. El resultado es sorprendente, parece captar el espíritu de la jungla. “Quería acercarme a la selva y abrazarla de alguna manera con el papel fotosensible y buscar su huella por contacto directo. Aquello fue como hacer entrar en conexión lo más primario de la técnica fotográfica con un espacio igual de primario en términos naturales”, explica. “El Amazonas es un espacio casi olvidado, que reúne solo el 2% de la población peruana, pero es un pulmón fundamental sin protección, que está expuesto a la depredación, a la minería ilegal, a la deforestación, a la explotación del caucho y del petróleo…”, comentaba Huarcaya en Lima a un grupo de periodistas españoles el pasado mes de noviembre.
Junto a esta instalación monumental se exhiben “una escultura vanguardista que siembra luces a la manera de un enjambre de luciérnagas, pinturas sobre corteza vegetal, fotografía, videoarte, cerámica y telas decoradas con kené (vocablo shipibo que describe una manera de embellecer el mundo con diseños), cerca de un centenar de piezas de más de 45 artistas peruanos y latinoamericanos”, añaden las comisarias.
“Yo soy una mujer shipiba [uno de los principales grupos étnicos de la Amazonía peruana], hago kené en las telas que utilizamos para vestirnos. Y muchas cosas más. Y las vendo. Soy una mujer artista del Amazonas. Tejemos y dibujamos en caucho también la flor de la ayahuasca, la flor de la vida, que nos da visiones. Es muy poderosa, distingue entre el bien y el mal, y ayuda a otras personas”, señala Olinda Silvano, que, junto a Silvia Ricopa y Wilma Maynas, ha trazado un mural de kené en la exposición de Matadero Madrid.
“Ahora hay una fuerte demanda en los mercados de arte por las típicas pinturas de visiones reproducidas en serie. Pero insistimos, la vitalidad de los artistas amazónicos los impulsa a ser muy creativos siempre, a renovarse y experimentar. Si uno va a la selva observa que en medio de la ferocidad, la vida emerge y se renueva constantemente. Esperamos que esa vitalidad contagiante —a modo de metáfora— permanezca en el arte amazónico y esta se imponga a la adversidad y a la moda”, apunta Lerner.
Prueba de esa pluralidad es la muy personal obra del pintor figurativo Christian Bendayán, un artista que retrata de forma desinhibida e hiperrealista personajes que pueblan Iquitos, la capital de la Amazonía peruana: la mayor ciudad del mundo a la que no se puede acceder por carretera (se llega sobre todo a través de su puerto fluvial). Bendayán representará a Perú en la próxima Bienal de Venecia y planteará un diálogo con la obra del entomólogo alemán Otto Michael, que llegó a Iquitos a fines del siglo XIX en busca de mariposas y acabó pintando cuadros sobre la fiebre del caucho que se adueñó de la ciudad en aquella época. Un diálogo entre el pasado y el presente, entre la tradición y la contemporaneidad que se repite en una exposición, Amazonías, que quiere ir más allá de las ideas preconcebidas sobre el arte de la jungla.