Identidad sexual, social o existencial

Mancillas creó una pieza de gran formato que desafía la línea entre el miedo y lo racional

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Algunos especialistas han descrito a la obra Las Buenas Maneras de Miguel Mancillas como brutal y transgresora, así suele ser también Mancillas en el escenario. Nada sencillo es someterse a las “buenas maneras” de lo que la sociedad, los medios de comunicación, redes sociales y la vida misma imponen.

Para Mancillas la identidad sexual es un fenómeno de múltiples opciones en la actualidad. “No nos etiqueten”, responden decenas de jóvenes cuando se les pregunta por sus preferencias sexuales. El sólo definirlas es ya un atentado para ellos. Según Mancillas se encuentran decididos a explorar y no tener una sola identidad sexual, social o existencial.

Para ello, el coreógrafo, en una operación casi suicida, se decidió, justo en el momento en que los recortes a la cultura son muy amargos, a realizar una pieza de gran formato. Con 15 bailarines en el escenario y ataviados todos de faldas tipo lápiz, blusas ad hoc y zapatos de tacón, y posteriormente en trajes de hombre obscuros, toda gira en torno a una estética de neutralidad en tono gris, luz, piso y escenografía blanca.

Con imágenes de gran limpieza, Mancillas plantea un trazo complicado que se une a la dificultad del uso de los tacones, ligueros, porque hombres y mujeres deben de bailar sin pretender jamás llegar a los estereotipos gays. Al contrario, todo lo femenino y masculino se vulnera en foro.  La coreografía tiene como eje al sexo, el deseo por el otro, la investigación sexual hacia el otro y ahí no hay concesiones.

Sin llegar a lo explícito, cada movimiento tiene como objetivo alterar el espacio de comodidad de los otros. Es prístino en su concepción y trazo geométrico. No hay errores tampoco los hay para adentrarse en la densa música de Liszt –en uno de sus momentos más macabros–.

El cuerpo siempre es el eje, es el que da las respuestas hacia el todo. Y aunque Mancillas afirma que no hay un interés morboso u obsceno de su parte en la investigación coreográfica que se propuso, existe el deseo en el movimiento fijado en la pelvis, en la obviedad de la genitalidad. No le interesan los cuerpos definidos sino aquellos que están llenos de preguntas.

Las buenas maneras no es una pieza contemplativa ni fácil, tiene un vocabulario que requiere de bailarines muy entrenados. Los movimientos de pelvis son de gran fuerza y no necesariamente bellos, el riesgo de bailar en tacones los mantiene incómodos. El conflicto físico se da desde los bailarines.

Hay un morbo si es que el morbo es la necesidad de investigar algo que no conozco” me dijo convencido durante un ensayo. Es obvio que ese mismo morbo lo lleva a  transgredir cuerpos, música, escenografía, al público y a él mismo.

Al artista de origen sonorense, le preocupa cómo se suele agredir a aquellos que no corresponden a los estereotipos sexuales y dan respuesta en lugar de ilustrar las violaciones y golpizas que les dan a las personas que pertenecen a la clasificación
LGBTTTIQ, lo que hace es violentar a sus bailarines hacia  la confrontación con ellos mismos y tratar que el público complete la resolución de lo que sucede en el foro.

Es decir que pretende incomodar al público con la belleza del vestuario y todos los elementos escénicos con lo desagradable de las
“malas maneras” que tienen los bailarines. Al final pervive la idea –un tanto impositiva— de que el espectador se involucre totalmente en lo que sucede en el escenario y más tarde, haga una reflexión de lo que ha visto y saque sus propias conclusiones.

El creador no procura esto desde autoridad como coreógrafo, sino desde el deseo de intimar con la audiencia. Porque él mismo investiga, crea y cristaliza sus montajes, pero llegada la hora se hace un lado y no ve la función. Lo he visto parado de espaldas al escenario, consumiéndose con su propia adrenalina.

Geometría, genitalidad, el cuerpo al desnudo sometiéndose a las imposiciones sociales de las buenas maneras que nos han heredado. Miguel Mancillas afirma que en su obra se vive en la fina raya del miedo, en lo no racional. El resultado queda en manos del público.