PENSAMIENTO ÚNICO: TWITTER Y FACEBOOK

Columna LA OTRA ORILLA

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Por Claudia Vázquez Fuentes

Más allá de todas las consideraciones legales, las repercusiones políticas, sociales y las muchas opiniones que se han vertido y las tantas que están por llegar sobre los disturbios presentados en la ciudad de Washington y el asalto al Capitolio en Estados Unidos el Día de Reyes. Su seguimiento en vivo minuto a minuto generó diversas reacciones; asombro, molestia, condena.

Pero sin duda, el sentimiento reinante fue el de estar presenciando un momento clave en la vida política de Estados Unidos, una ruptura con el statu quo y la extrema polarización que vive su sociedad. Situaciones que a pesar de estar presentes desde hace mucho tiempo y de haber dado fuertes muestras a través de poderosos síntomas como lo fue la elección del Presidente Donald Trump, se habían soslayado tras la proclamación de Joe Bidden como presidente electo.

Estallidos como el realizado el pasado 6 de enero son válvulas de escape que se presentan de cuando en cuando como una forma de liberar un poco la inconformidad y resentimiento que viven los ciudadanos que no encuentran en el “stablishment” la plena satisfacción a sus anhelos.

Mi auténtico asombro y desconcierto, fue el presenciar el cómo las redes sociales se han erigido en tribunales “de facto” previstos de todas los derechos y facultades para enjuiciar y dictar sentencia de forma inmediata, sin mediar derecho alguno para los ciudadanos.

Mientras seguía en vivo los disturbios protagonizados por los seguidores de Donald Trump, recordaba el ya casi olvidado y oscuro capítulo de la historia de Chile, el de aquel 11 de septiembre de 1973, en el que el presidente Constitucional Salvador Allende fue asesinado en el palacio de La Moneda donde resistía junto a un puñado de aliados el golpe de estado encabezado por su propio ejército al mando del terrible Augusto Pinochet.

El asesinato y caída de Allende fue la pinza que cerró la conspiración orquestada por el gobierno de los Estados Unidos al servicio de la empresa transnacional ATT y que dio pie a lo que serían los golpes de estado y derrocamiento de los gobiernos civiles de Uruguay, Bolivia y Argentina.

Con estas intervenciones los muertos se contaron por docenas de cientos de miles, así como la tortura, las desapariciones forzadas y la suspensión de las garantías civiles fueron la norma predominante desde los nuevos gobiernos instaurados.

Con la caída del gobierno democrático de Allende en Chile, ATT garantizaba su acceso pleno a los entonces más ricos e importantes yacimientos de cobre, indispensable para el crecimiento de la trasnacional.

La analogía entre el golpe de estado en Chile en 1973 y lo ocurrido en el Capitolio, viene a raíz del poder de las empresas de telecomunicaciones en cuanto a su capacidad para imponer gobiernos y sistemas políticos ad hoc a su propia agenda e intereses. La maleable que es la percepción colectiva, pero más grave aún; lo frágil de la libertad de expresión.

El bloqueo a Donald Trump de Twitter, Facebook e Instagram primero, y la eliminación de la aplicación Parler a donde el presidente estadounidense y mucha de la gente que lo apoya se habían refugiado nos habla de la eliminación de todo aquel discurso contrario al discurso dominante. Por supuesto que condenamos la violencia. Las sociedades occidentales, hemos alcanzado el mayor nivel de libertades y garantías individuales y colectivas en la historia humana, gracias al sistema democrático. Por ello la importancia de su defensa.

Lo que es claro, es que el conflicto de sucesión estadounidense ha dejado bien establecido que las redes sociales han dejado la esencia y espíritu con que fueron creadas, el de ser el espacio por antonomasia de plena libertad de expresión, de foro plural de discusión de los distintos puntos de vista y de libre organización de las personas. Razón por las que fueron descritas como las nuevas plazas públicas.

En un artículo publicado a finales del 2019, en el Harvard Law Review, la doctora Kate Klonick de la Universidad de Yale, afirmaba que: “Facebook, Twitter y YouTube cuentan, desde ya, con una serie de reglas, procedimientos, tecnologías y personas destinadas a moderar, de manera previa o posterior y en la más absoluta opacidad y discrecionalidad, las publicaciones de sus usuarios”.

Una situación en la cual las empresas toman claramente las decisiones sobre qué pueden o no decir sus millones de usuarios en el mundo, es decir, se han convertido en reguladores y censores de la libertad de expresión.

Sin duda que los extremos se tocan entre sí; tan intolerante Trump como Facebook y Twitter. La imposición de verdades absolutas y la dictadura de lo políticamente correcto. Los ciudadanos tenemos derecho a conocer los debates y las ideas que surgen en cuanto a nuestros sistemas políticos y gobiernos acontece, tenemos el derecho a escuchar, discernir, para a partir de ahí tomar decisiones con mayor información.

Aceptar la censura de Twitter y Facebook es como cerrar los ojos y dejar que las redes sociales nos muestren solo aquello que nos es agradable o placentero, es renunciar a debatir a informarnos. Es renunciar a ver el mundo con toda su fealdad, con su pobreza, injusticia, enfermedad, sufrimiento. Si no logramos ver la realidad, si no nos aproximamos a ella, ¿Cómo vamos a crear un mundo mejor para todos?

Es poner en mano de Zuckerberg la interpretación del mundo, que debido a nuestra escasa edad mental, no estamos en condiciones de realizar. Hay que edulcorarnos todo, no pensar, no sufrir, no debatir, para eso está Facebook, para que la haga de nuestra niñera. Quedando completamente indefensos y desnudos ante el poder de las redes.

Según el profesor de la Universidad de Columbia, Vicent Blasi, es confrontando la falsedad y la maldad, como se moldea el carácter de las personas y de la sociedad. Según Blasi, solamente las personas fuertes pueden vencer a las ideas peligrosas. De mantenerse la censura en medios y la exposición parcial de los hechos, ¿quién quedará para defendernos?

Claudia Vázquez Fuentes.