Por Luis Villegas Montes
Luego de leer sus declaraciones, Javier, esas de que el PAN está deteriorado y en proceso de putrefacción,[1] recordé de inmediato los célebres versos de Sor Juana: “¿Qué humor puede ser más raro que el que, falto de consejo, él mismo empaña el espejo, y siente que no esté claro?”. ¡Usted quejándose! Usted que, como nadie, como nunca, tuvo al PAN en un puño; usted que hizo y deshizo con él y en él y al que, solo su incompetencia proverbial, lo dejó en la condición que la ocasión lo encuentra y de la que usted se duele entre aspavientos y exuberancias verbales.
Lástima de trayectoria, Javier; lástima de apelativo; lástima de nombre y de apellidos; porque si alguna vez significaron algo, los enloda ahora y los arrastra por el fango de la ingratitud, la calumnia, la impotencia y la rabia mal contenida. Ahora que termina su quinquenio (a Dios, gracias) disminuido, noqueado y, si la conociera, rojo de vergüenza —que así termina sus días como Gobernador, Javier, como el don nadie que estaba predestinado a ser y que no fue merced a la buena suerte y al afecto incondicional que le prodigó en su tiempo la familia Barrio—, sería bueno que emprendiera un examen de consciencia, así sea superficial, somero, para morderse la lengua y apretar los dientes. Sería bueno que se hiciera cargo de su derrota con gallardía, entereza y decoro y recordara las palabras que la Sultana Aixa le dirigió a su hijo, Boabdil, tras perder Granada: “no llores como una mujer lo que no supiste defender como hombre”.
Sea hombre Javier, no intente refugiarse en supuestos fracasos ajenos y asuma lo que ocurrió en los hechos: por cinco años (a Dios, gracias) no hubo en Chihuahua un hombre más poderoso que usted y —por lo menos al arranque de la administración— en el que se hayan depositado tantas esperanzas. Porque, Javier, la verdad sea dicha, durante ese lapso se dio lujos que ya los hubieran querido Patricio Martínez o, su némesis, César Duarte, durante sus tiempos de gloria. Usted ejerció el poder a plenitud y, de lo que no fue capaz, no es atribuible a los otros (ni siquiera a su Gabinete de pobres diablos, salvo contadísimas excepciones). Lo que no hizo, lo que dejó a medias, aquello en lo que se quedó con ganas, fue producto de su apatía, de su indolencia, de su soberbia, de su pereza o de su estulticia, suyas y de nadie más.
Tenga arrestos para afrontar lo que está por venir y que de ningún modo puede pasar por ensalzar a López Obrador, Javier. Un gobernante que resume en su persona todo aquello contra lo que, se supone, usted peleó la mayor parte de sus batallas: improvisación inaceptable, autoritarismo brutal, caciquismo cerril y corrupción indiscutible: “las y los mexicanos deberíamos dar un remanso para valorar la lucha que diversos liderazgos han hecho para enfrentar un cambio, por su puesto, el de López Obrador”. Le dijo usted al Presidente, dócil, sumiso, domesticado. ¡Qué vergüenza, Javier!, que en el crepúsculo de este lustro (a Dios gracias), se revuelque en la abyección con tal de perdurar en la arena política o, tal vez, en un vano intento de protegerse las espaldas de las consecuencias de sus yerros y deslices.
Como sea, con ese viraje —por mucho que mantenga la pose y el tono firme del orador consumado que usted es— se acerca peligrosamente a la orfandad ideológica y partidista; renuncia a la que ha sido su única identidad durante la mayor parte de su vida y corre el riesgo de empezar a vender su palabra y su pluma al mejor postor. No se engañe, Javier, si sale del PAN, pero sobre todo si sale con el lodo en la boca, como lo está haciendo, terminará siendo un corsario, otro más; pobre mercenario de la política sin proyecto de futuro, excepto el de la supervivencia a toda costa y a cualquier precio, el de la dignidad incluida.
Si sale del PAN en sus términos, la de las acusaciones gratuitas y el autoengaño, terminará como un esbirro venal de quien lo coopte; y, vamos, usted se conoce, dando tumbos aquí y allá porque usted no es capaz de someterse a regla alguna que no salga de sus merititos… gustos. El camino que pretende iniciar será el más solitario por el que haya transitado jamás y, se lo garantizo, terminará siendo una especie de fantasma, la pálida sombra de lo que algún día fue o, mejor dicho, de lo que intentó ser. De referente moral, como usted se asume, pasará a ser para siempre jamás, un maldiciente amargado y abatido; y de ahí al soliloquio incesante y recurrente, propio de los enfermos mentales.
Madure, Javier; vénzase a sí mismo, convénzase (como durante años ha hecho con otros); crezca, aprenda; hágase adulto; aproveche la amarga experiencia que deja su triste estela a su paso por el Gobierno del Estado de Chihuahua; y entienda que el mundo no gira en torno suyo (usted gira junto con él) y que su cabecita no es capaz de concebir ni conservar la verdad absoluta de la cuestión más ínfima. Somos humanos, Javier, falibles por naturaleza, torpes (unos más que otros), cobardes (algunos hasta la ignominia), confundidos (hasta la demencia), y esos rasgos de carácter nos son comunes a todos en distintos grados vesania. Usted es un poco de todo eso, Javier, entiéndalo de una buena vez y evítenos el espectáculo lamentable de ver a un campeón víctima de la peor de las humillaciones: la autoinfligida.
Sin más por el momento,
Luis Villegas Montes.