LAS COTUCHAS

Columna CARTAPACIO por Raúl Ruiz

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– Levántese, mijo. Son casi las cinco de la mañana. Las cotuchas son madrugadoras.

– Todavía está oscuro, abuelo, duérmete diez minutos más.

– ¡¡Arriba, chingao!! Y tómese su café con piloncillo, pa que agarre juerzas.

El mozalbete frisaba los trece años y quería aprender a cazar, cotuchas.

El abuelo tenía todo listo.

Dos mochilas con los arreos del cazador de aves, consistente en dos latas de comida, parrilla, pocillo, café soluble, lámpara, un par de frazadas para el frío, una navaja multiusos, cantimplora con agua, binoculares, guantes, chanchomón, botiquín por si alguna pendejada, y un silbato.

‘Reclamo’, le llaman los cazadores.

Pocos saben que hay reclamos para todo tipo de aves, y que pueden costar entre 100 y 900 dólares, dependiendo la calidad del sonido.

El abuelo se terció la escopeta de perdigones, y llamó a su perro Frosty, para que saltara a la caja de la camioneta; un ansioso dálmata entrenado para la cacería.

Y al nieto le dio carrilla. Ándele, cabrón, póngase las botas y súbase a la foringa.

El rancho tenía varios “charcos” de agua para el riego, pero al centro de la propiedad había una laguneta rodeada de árboles a la que, dependiendo la temporada, bajaban patos, gansos, gallaretas, garzopetas y obviamente las famosas COTUCHAS.

Conocidas también como CODORNICES.

En Ciudad Juárez quizás les digan “godornices”; no quiero pecar de filólogo, pero juaritos tiene sus palabrejas. Por ejemplo, a la pantuflas, les dicen pantunflas, y al platillo internacional CORDON BLEU, le dicen, Gordon blu.

Hasta aquí un pequeño brillo de filología.

La cotucha o codorniz, es un ave pequeña y rechoncha, aunque con alas largas, que le permiten volar largas distancias adaptadas a su vida nómada y a sus migraciones entre continentes.

Son apreciadas por su exquisito sabor, y son distinguidas por el paladar de un gourmet.

Antes de que el sol rasgara la noche, abuelo y nieto estaban ya, en su escondite camuflaje.

Entre unos matorrales de El Bordo, así le decían a la laguneta.

– Sóplele al reclamo, mijo.

El sonido era tan parecido al de las codornices que comenzaron a revolotear sobre el espejo del agua.

– A ver, mijo. Ahora yo hago el reclamo y usted apunte hacia el frente.

Si vuelan para acá les dispara.

– Sí abuelo.

Y no fueron una, ni dos. Fueron cuatro ..cotuchas las que trajo el Frosty.

– Échale otro reclamo abuelo. A ver si nos llevamos seis. Le dijo el mozalbete, muy entusiasmado.

La sensación era verdaderamente fenomenal, emoción inigualable. Excitante.

– Aguante mijo, las cotuchas no van a salir pronto. Están agazapadas. Hay que esperar a que se les quite el miedo.

– ¿Cómo es eso, abuelo? Le preguntó.

– Mire mijo, las cotuchas se esconden haciéndose bolita. Si uno camina cerca de ellas, no las distingue. Se disfrazan del color del terreno. No se mueven. Hasta que dejan de oír el peligro.

Así mismo me imaginé a los priyistas en la reciente reunión que tuvieron en Ciudad Juárez, con la senadora, Claudia Ruiz Massieu.

Se juntaron sin hacer mucho ruido en casa de un conocido empresario; así, como las cotuchas, hechas bolita, escondidas, temblando al sonido del ‘reclamo’ electoral.

Al rato salen. Antes del 24.

Y seguramente ya están listas las escopetas morenas, para darles caza.

En tanto, en el rancho, abuelo y nieto, despluman sus trofeos mientras la abuela prepara una sabrosa salsa de ciruela para adobarlas.

Tiene champiñones y verduras como guarnición y seguramente el abuelo descorchará una botella de vino blanco.

Hermosa experiencia campirana… que aquel chamaco nunca olvidará.

Incluso podría escribirla cincuenta y tantos años después.

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