Dépression mentale à l’hôtel
Madrugada.
Ella y yo entregados al maratón del entrepiernur.
En el Istay. Mi segundo hogar.
Irrumpen en la habitación tres encapuchados, armados, encabronados, fieros.
Nos avientan en el rostro la ropa y ordenan
– Jálenle.
A rastras nos subieron a una camioneta negra con vidrios polarizados, y nos cubrieron con capuchas.
Travesía a toda velocidad hasta llegar a la presencia del jefe.
El patrón de los orangutanes.
– Que se vistan, y los llevan al salón de los invitados. Rugió con aguardientosa voz.
A él entréguenle su celular, porque este cabrón trabaja haciendo apuntes con esa garrita que trae y lo necesito fresco. Y que se tomen un café.
De ese que me trajeron de Etiopía, les gusta el buen café, ah, y que se ponga la pajarita.
– ¿Cuál pajarita, jefe?
– La corbatita de moño, la usas siempre, le voy presentar a otros colaboradores.
Ella, con su vestido y zapatos rojos, derrochaba sensualidad. Nos interrumpieron la fantasía.
Curiosamente no estaba asustada, ni lloriqueaba como podría usted suponer, dada su condición femenina.
Parecía la personificación de Angelina Jolie como Lara Croft o la Agente Salt. Como si hubiera sido entrenada en las fuerzas especiales de seguridad en… La Rodadora.
Los escoltas nos llevaban a empujones por un sombrío y largo pasillo.
Las paredes con interesantes pinturas, pero colgadas arbitrariamente, sin intención estética.
Era obvio que habían sido colocadas por un carpintero y no por un curador.
Llegamos a una sala con piso de mármol de Carrara, del que cuesta 3,500 pesos m², por instalación.
Sentado en un sillón cubierto por una piel de leopardo, y rodeado con sus trofeos de cacería, el jefe.
Cabezas de antílopes, tigres y hasta un elefante.
A su lado, una mujer despampanante, muy cosmética, (operadota, diría mi mujer) con un brazo tatuado totalmente con pequeñas imágenes de su azarosa vida.
Una mariposa, Bob esponja, una serpiente, la santa muerte, y el rostro de un bebé como el viejo anuncio de los productos, Gerber.
– Siéntense por favor. Y disculpen el jaloneo, pero tengo urgencia de hablar con usted, señor Ruiz.
Antes que nada, no tienen que temer por su seguridad.
Una disculpa a su mujer por esta intromisión, pero no podía dejarla en la habitación. Usted comprenderá.
Quiero que diseñe y dirija mi proyecto político porque participaré en las próximas elecciones para alcalde.
En éstas ya no quise entrarle, porque lleva mucha ventaja Cruz Pérez Cuéllar y no lo iba a alcanzar, pero para la próxima sí.
Quiero que usted me prepare bien.
Por sus honorarios no se preocupe, será ampliamente compensado.
Y tendrá los colaboradores que necesite.
Enseguida lo presentaré con otros personajes que se unen al proyecto, y quizás ya se conozcan.
Y Ándale, que va entrando Albert Camus.
Nomamespancho.
Hasta aquí pensaba que todo era real, pero cuando vi entrar a Camus, en tonos grises, o como se dice en el argot editorial, “en medios tonos”, dije… esta mamada solo puede ser producto de la cena de los champiñones de Oaxaca, y la combinación con el Petit Sirah, concretamente la uva Durif, que es más proclive al sabor de pimienta y cuero, aunque con taninos dulces y agradables.
O la mezcla con los medicamentos que estoy tomando luego de la trombosis.
Camus temblaba azorado.
– Qu’est-ce qu’il passe? laisse-moi me reposer.
(Cuya traducción podría ser, ¡Qué chingados está pasando, déjenme descansar!)
– Dígale que no grite, todo es cordial. Usted habla francés y creo que lo conoce. Sólo quiero que me ayude igual que usted en mi proyecto. Me exigió el patrón de los gorilas.
Y yo de inmediato, le hable en francés con mi pronunciación Creole.
Mon Cher professeur, concentre-toi sur moi. Dans quelques temps nous partirons.
Y ya se calmó.
– Ahora traigan al italiano, nos va a decir cómo hacer los videos de manipulación.
Se escuchó la voz del patrón.
Y que traen a empujones a Giovanni Sartori.
– ¡Non toccarmi, miserabile!
– Dígale al italiano que no se esponje, nadie lo va a lastimar, sólo que coopere.
– ío Parlo bene lo spagnolo, scemo.
E vengo contra mi voluntad ¡y quiere que me calme! Idiota. Contestó Sartori.
– Ah, bueno. Entonces siéntese.
– ¿Ya traemos a doña coco, jefe? Viene bien perjumada.
– Tráiganla, quiero que conozca a mi morrita. Para que le diga como vestirse y peinarse. Va a ser la primera dama y no puede andar de garras.
Y ora sí que, Nomamespancho…
Tú te imaginas que doña Coco era una gorda. Y no.
Era, ¡COCO CHANEL! En suéter de cashmir, un sombrero tipo cordobés, de fieltro negro, diseño suyo, por supuesto, collar de perlas y un humeante cigarrillo incrustado en una larga pipeta.
Era obvio que yo estaba pasando por una situación estresante en la que las exigencias de la vida resultan física y emocionalmente abrumadoras.
La presión de no poder entregar a tiempo el tercer libro de Escenarios 24, me mortificaba mucho.
Y ya era presa de alucinaciones fuertes, pero muy reales. Sufría una versión más sofisticada de lo que es, ver fantasmas.
Mi yo racional, recomendaba tomar terapia urgente; no parece muy sano, conjugar escenas de alcoba, de política, y reacción pública, con la convivencia de famosos personajes de talla mundial, todos atados por el miedo, a est chagla forzada con un matón.
El terror de vivir en Ciudad Caótica donde el narcoimperio crece y se apodera de todo también produce visiones delirantes.
Casi amanecía y recuerdo que le dije a César Sosa, el bellboy de mi segundo hogar… (hotel Istay)
– Acompañe por favor a los señores, ya van de regreso a sus respectivos aposentos
– Of course, sir.
Will you please, fallow the brilliant light between the tunnel over there, and find the exit.
Les sugirió César, quien por cierto domina bien el inglés, y se regresó de volada, cantando a media voz, pues es cantante en un segundo empleo.
Yo retuve a mi mujer por el brazo, no fuera a seguir la caravana de muertos, porque ella es proclive a seguir a los fantasmas; y luego nunca terminaríamos nuestro maratón pendiente.
En eso, se regresa Sartori y me aconseja… No publiques el tercer libro.
Haz videos, con tus pronósticos 24.
Y agarro y que le digo. Oriéntame, cabrón.
Y agarra y que me dice: Repasa Homo Videns otra vez, ahí está la respuesta.
Y se alejó sonriente por el túnel.
CARTAPACIO
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